miércoles, 26 de noviembre de 2008

EL PASO DE GATO

Para Salvador 1968

Convocar el recuerdo desde cualquier lugar: una casa, un café, una calle que se alarga en la memoria. En fin, el recuerdo es como una suave melodía que por tenerla tan adentro pocas veces escuchamos.
Recuerdo que cuando abrí la puerta de mi adolescencia de inmediato comenzaron los extravíos. ¿A cuáles lugares ir sin preocupar a mi padre? ¿Qué amigos, qué novias podía tener sin que fueran criticados por mi madre? ¿Por qué cuando me tocaba elegir difícilmente elegía lo correcto? ¿Por qué debía ver la vida como un mar proceloso donde, en cualquier momento, podía sucumbir víctima de mis propios extravíos?
Como nadie me daba las respuestas que yo quería, me conformé con mirar: mirar a hombres y mujeres adultos embrollados en sus contingencias y contradicciones, donde, a veces, los valores que predicaban tan solo eran palabras de sentido equívoco. Entonces podía dejar de escucharlos pero no dejar de mirarlos. Y miré las razones de sus miedos; una de ellas era la pasión, por que la pasión llevaba a la responsabilidad de los sentimientos y su incendio, aunque también libraba de la incertidumbre. En mi adolescencia, por no saber como prever el futuro, le tenía miedo a la incertidumbre, por eso supuse que ser inocente y no entregarse a una pasión era pecado.
¡Y pequé! Me dije: “¡Estoy cambiando, el mundo también debe cambiar! Si el futuro no existe quememos en las hogueras del ahora contradicciones y represiones, abominemos de lo incierto, saturemos de consignas las paredes; aumentemos los decibeles de la música y que revienten los oídos; profanemos los cuadros bonitos y las canciones románticas, y que los ojos se abran tanto hasta que las lágrimas se salgan”.Esto me decía pero no sabía que me lo decía; simplemente me dedicaba a enjuagar mi pantalón de mezclilla con Coca Cola, a portarme cínico y ferozmente sensual con las muchachas, dejar que mi pelo creciera y con mi barba cubrirme el rostro para sentirme un enigma; a levantarle altares a Marí Sabina y en su honor fumar puros al estilo del Che Guevara y beber tequila.
¿Cómo era de adolescente? No lo sé.
¿Quién era yo?
Tal vez una esperanza que se volatizaba cada día que pasaba; una contradicción que amargaba las buenas intenciones de mis maestros; un malestar por pensar que tan solo era un reflejo de las contradicciones e incertidumbres de mis padres. ¿O sería esa fuerza descomunal, sin conciencia de sí misma, que al moverse espantaba al Sistema, tanto que le negaba el diálogo y, por preservar el Orden Establecido, se sintió obligado a regar con sangre de jóvenes las plazas de Tlatelolco, el Zócalo y Ciudad Universitaria.
Por que yo creía que sólo era una timidez desesperante: un temor contrito y una excitación jadeante ante las manifestaciones del sexo y del amor; un inocente pecador; un mustio de sueños alterados y tranquilidad expectante en los oscuros laberintos de la soledad y la melancolía; un conspicuo lector de Gerardo Denis, José Agustín, Sartre y Wilheim Reich. Que esperaba feliz el crepúsculo para arrancarle suspiros a la novia y confesarle que era adicto convencido del Amor y la Paz, a los Beatles y a las canciones de Joan Baez.
¿Era verdad que dejaba pasar la vida pensando que lo bueno de ella no está en lo que se vive sino en lo que creemos vivir? De cualquier modo ahora sé que la vida es como agua de río, cambiante en el instante mismo que pasa; y que al final no hay más esperanza que ser una buena historia que nuestra muerte soñó.

De Salvador 2008

No hay comentarios: