miércoles, 26 de noviembre de 2008

ANARDA Y LIZARDA

ANARDA Y LISARDA
(Obra de un solo acto con tres escenas)
Autor: Salvador de la Madrid Vieyra

PERSONAJES

LA CATRINA

ANARDA

LIZARDA

LA MUJER

LOS DOS TENEBROSOS

……………………………………………………………………………………………
PRIMERA ESCENA

LA CATRINA
Dos de noviembre, un año más, y si ninguno de nuestros seres queridos ha partido, y si seguimos en la misma casa cumpliendo nuestro trabajo, decimos que nada ha pasado, que todo sigue igual, pero, ¿todo es para siempre? La vida tiene un final predecible y es lo que configura el aquí y el ahora de nuestra existencia. Ante las cosas de la vida, ¿cómo pueden quedar impávidos los ojos de quienes irremediablemente habrán de morir?
Decían los espartanos que la mente es un laberinto lleno de puertas, que hay una que no se debe de abrir: la que conduce a la pregunta: ¿Cómo será el día de mi muerte? Pues si el hombre la abre, cabe la posibilidad que se vuelva un penitente, se arrepienta de sus obras y clame por el perdón de sus pecados, que se vuelva fastidioso con recomendaciones y consejos, y que en sus últimos días se debata en la angustia de lo que ya nunca hará. Sin embargo pareciera inevitable abrir esa puerta, imaginar y hacer la pregunta: ¿Cómo será el último día de mi existencia? Por que la muerte siempre está cerca de nosotros, camina nuestros mismos pasos, se ríe de nuestras ocurrencias, se burla de la osadía de nuestros actos, pues sabe bien que hagamos lo que hagamos, llegaremos puntuales a ella, ni un minuto antes, ni un minuto después.

SEGUNDA ESC ENA (Las dos adolescentes)

Anarda.- ¡Oye, detente, que seguirte cansa!

Lizarda.- No tenías por que seguirme.

Anarda.- Se supone que fuiste a mi casa para hacer la tarea, y de pronto te saliste corriendo.

Lizarda.- Se supone. Aunque tal vez no quería hacer la tarea sino platicar contigo. Pero eres tan obsesiva cuando estudias, que pienso que no escuchas lo que se te dice por estar metida en tus libros; sinceramente me desesperaste y me dio ganas de salir corriendo.

Anarda.- ¿A dónde?

Lizarda.- No sé, a cualquier parte.

Anarda.- A tu casa.

Lizarda.- No, a mi casa no.

Anarda.- ¿Qué tienes? ¿Qué te pasa? ¡Ay, amiga, ahora si me preocupaste! Dime lo que me querías decir y discúlpame por no escucharte.

Lizarda.- Está bien, te lo voy a decir. Mis papás se volvieron a pelear horriblemente. Mi papá agarró lo más indispensable de su ropa y se salió de la casa. Y con el coraje que le vi en los ojos, creo que esta vez se fue para siempre.

Anarda.- ¡No puede ser! ¿Los papás no pueden irse así como así! ¿Por qué lo hizo?

Lizarda.- Por falta de dinero, porque no puede conseguir un buen trabajo, por fastidio, por desesperación de no poder mantenernos. ¡Ay, amiga, no lo sé, todo esto es para mí muy complicado!

Anarda.- ¿Y qué piensas hacer?

Lizarda.- Morirme. Mi mamá se ha quedado sola en la casa llorando y no tiene un centavo para darle de cenar a mis hermanitos.

Anarda.- Oye, ¿y no sería más fácil que pensaras en trabajar?

Lizarda.- ¿En qué?

Anarda.- Pues aunque fuera vendiendo chicles o haciendo quesadillas. Lo importante es que ayudes a tu mamá a salir del apuro, pues si ya tiene bastante con que la abandonó el marido, agrega que tú también la quieres abandonar y de paso morirte.

Lizarda.- ¡No te burles!

Anarda.- No me burlo, te hablo en serio.

Lizarda.- Es que tú no comprendes lo duro que es perder a un padre. El mío no es malo, sólo que no sabe vivir ni entiende como ser responsable. Sin embargo yo lo quiero y pensar que no lo volveré a ver me hace sentir que me muero. No, yo no soy fuerte como tú, es más fácil para mí quedarme ciega o paralítica a tener que soportar este dolor.

Anarda.- ¡Ay, amiga! No te vayas, no vayas a cometer una locura.

Lizarda.- Sabes, quiero caminar y caminar mucho, sentir la fría soledad de esta noche y llorar, también mucho, mucho. A mí ni me va a pasar nada. Ya sabes: “hierba mala…” Pero, por si mañana no voy a la escuela te dejo mi cuaderno de Español. Le dices a la maestra que si hice la tarea, y, aunque no lo parezca, si me gusta su clase; que ya no reniegue de mí y deje de pensar que soy una incumplida. A los muchachos no les cuentes nada de lo que me pasa, me daría mucha pena, y además, ya ves lo burlones que son.

Anarda.- No te preocupes, yo no diré nada.

Lizarda.- Adiós amiga.

Anarda.- Adiós y cuídate.



TERCERA ESCENA
(La muchacha se va caminando tristemente. Aparecen un par de vagos mal vivientes, los Tenebrosos, que al verla sola sonríen sarcásticamente mostrando sus malas intenciones. Atrás de ellos está la Catrina, impávida, como esperando dar un golpe certero. La muchacha mira espantada a los Tenebrosos, quiere regresar con su amiga, pero siente el dolor de su situación y resignadamente va hacia ellos consiente de que le van hacer un mal. Cuando está a punto de ser atrapada, aparece una mujer joven, viene con prisa y se muestra un tanto atolondrada, la toma del brazo y la regresa con su amiga)

Juana Inés.- ¡Niñas, niñas! ¡Que bueno que las encuentro, ojalá ustedes puedan indicarme una dirección que busco, pues temo que me he perdido!

(Ante la presencia de la mujer los vagos se desconciertan, se ponen molestos, como depredadores frustrados. La Catrina da muestras de enojo, se adelanta para enfrentarse a la mujer, pero solo ambas se miran desafiantes sin que las muchachas lo noten. La Catrina y los vagos se retiran enojados)

Saben, así como ven de grande, toda mi vida, de una manera u otra me la he pasada encerrada, y ahora que tengo que salir a la calle, fácilmente me pierdo. ¿Ustedes son de aquí?

Anarda.- Si señorita, aquí hemos vivido toda la vida. ¿Y usted?

Juana Inés.- Yo nací en el Estado de México, en Nepantla, pero vine a vivir a la ciudad desde niña, y ya les digo, como casi nunca salgo, ahora me pierdo.

Lizarda.- ¿Qué dirección busca?

Juana Inés.- Busco la calle de San jerónimo---

Anarda.- ¡Ah, si! Es la primera calle pasando Izazaga.

Juana Inés.- ¡Si! Por donde hay un convento. Por que… Díganme, ¿todavía hay un convento en esa calle?

Anarda.- Pues creo que si. Francamente no me he fijado, pero una vez, alguien me dijo que ahí había un convento. ¡Usted vive ahí?

Juana Inés.- Pues…

Anarda.- Pues si vive ahí, ¿por qué se sale si luego no sabe regresar?

Juana Inés.- ¡Oye, te crees muy lista!

Anarda.- Soy la más inteligente de mi clase, abanderada de la escuela que es decir el mejor promedio.

Juana Inés.- ¡Felicidades! ¿Te gusta el estudio?

Anarda.- ¡Me encanta!

Juana Inés.- ¿Y tú por qué tienes esa carita como de asustada? ¿Has estado llorando?

Anarda.- Sus padres se pelearon y ella está muy triste. Piensa que su padre la abandonó para siempre y eso no puede soportarlo.

Lizarda.- Te pedí que no contaras a nadie de lo mío…

Anarda.- Hasta se quiere morir.

Lizarda.- ¡Yaaa!

Juana Inés.- No te enojes, yo comprendo lo que sientes pues tuve el mismo problema. Si, cuando era niña mi padre nos abandonó a mi mamá y a mis hermanas, pero ella de inmediato se juntó, que no se casó, con otro señor, uno que era capitán. Empezó a tener familia con él y a nosotras dejó de atendernos; fue entonces que me vine a vivir a la capital con unos tíos.

Lizarda.- Que bueno que tuvo usted familia que la apoyara.

Juana Inés.- Ni tanto. A mi tío le empezó a pesar mantenerme, y cuando me vio crecidita, a los diez y seis años empezó a buscarme… digamos, una colocación en el gobierno.

Lizarda.- ¿Quería que trabajara de burócrata tan chica?

Juana Inés.- Pues algo así. La verdad es que yo me sentía triste y sola. Sin padre, alejada de mi madre, arrimada con mis tíos, me sentía muy deprimida, pero nunca pensé en la muerte. ¿Sabes como superé ese sentimiento? Con el estudio, le agarré tanto gusto que hasta se me volvió vicio. Por eso tú, a pesar que eres medio pesada, me caes bien, porque cuando era chica era como tú, muy presumida y presuntuosa.

Lizarda.- Si, es cierto. A veces ella me cae tan gorda, sin embargo no puedo evitar considerarla como mi mejor amiga, y aunque he querido cortarla, no se por qué no puedo.

Juana Inés.- Es que no hay luz más hermosa que la de la inteligencia, ni princesa más arrogante que la Razón. Se siente tan bien estar en la compañía de los inteligentes. Les decía que el mayor tiempo de mi vida me la pasaba encerrada, y sin embargo, rodeada de libros y artilugios científicos sentía que era la dueña del mundo. ¡Alas del conocimiento, para qué las quiero si no es para volar al alto cielo!

Lizarda.- ¿Cómo puede alguien decir que es feliz en el mucho leer y estudiar?

Juana Inés.- Por que los libros y el estudio resaltan el talento, que es tal su suavidad, su viveza y energía, que lo mismo que disiente, enamora, suspende con dulzura , hechiza con la gracia, eleva, admira y encanta a la persona que lo posee.

Lizarda.- Yo quiero ser talentosa y leer muchos libros hermosos!

Juana Inés.- Se aplacarían tus temores.

Lizarda.- ¡Ya no me sentiría sola!

Juana Inés.- ¡Ya no tendrías miedo!

Lizarda.- ¡Ya no me importaría las miserias del mundo y mi suerte. Huiría de mí la tristeza!

Juana Inés.- Si, pero…

Lizarda.- ¿Pero, qué?

Juana Inés.- Que el mucho conocimiento también trae la soledad, sobre todo para la mujer. ¿No ves como tu inteligente amiga a veces es insoportable?

Lizarda.- Pero tú eres simpática. Tú no puedes caerle mal a nadie.

Juana Inés.- Si supieras. Pues si, por mucho saber les caí mal a mas de cuatro, creo que fue por eso, por mi mucha insistencia al estudio, que me animaron a encerrarme… Si, adivinaron, en un convento.

Anarda.- ¡Tú, monja! ¡No puede ser si eres muy hermosa, has de tener un montón de novios babeando por ti!

Juana Inés.- Pues cuando estuve “trabajando en el gobierno”, tuve muchos pretendientes, eran muy divertidos y excitantes, hasta les escribí versos, no sé si amé a uno o amé a todos, solo sé que estaba enamorada del amor.

Anarda.- ¿Y aún así te metiste al convento?

Juana Inés.- Es que si estaba enamorada del amor, apasionada estaba yo del conocimiento. Así no me importó irme a un convento y no casarme, pues estaba convencida que a través del conocimiento podía ver el rostro de Dios.

Anarda.- ¿Y lo viste?

Juana Inés.- En cada parte, en cada cosa del mundo, que era como una canción, no solo se manifestaba su sabiduría, sino además su alegría, y por eso, de conocer también participaba en su alegría.

Anarda.- Hablas de manera extraña, pero interesante.

Lizarda.- ¡Qué hermoso!

Anarda.- ¡Oye, dijiste que le habías escrito poemas a tus galanes! ¿Te acuerdas de alguno? Me gustaría poner uno como ejemplo para mi tarea de Español.

Juana Inés.- Mira, no recuerdo bien lo que he escrito, pero hay poemas que me encantan como aquel que dice:”Detente sombra de mi bien esquivo,/imagen del hechizo que más quiero,/ bella ilusión por quien alegre muero,/ dulce ficción por quien penosa vivo…

Anarda.- ¡Oye, oye, oye! Ese poema es de Sor Juana…

Juana Inés.- ¡Uy, de verás que eres estudiada!

Anarda.- ¡Claro! ¡Si ese es el tema que estamos viendo en clase! Mira hasta tengo la estampita de su retrato, ese del que ella dijo: “Este que ves, engaño colorido,/ que del arte ostentando los primores/ con falsos silogismos de colores,/ es cauteloso engaño del sentido”. Y lo dijo por que supuestamente la representaron joven cuando ya era grande.

Lizarda.- Oye, y eso, ¿cómo lo sabes?

Anarda.- Por que lo dijo la maestra.

Lizarda.- ¿Cuándo, que no lo oí?

Anarda.- ¿Cuándo? Es que debes de poner atención a lo que dicen los maestros, aunque sea de vez en cuando.

Juana Inés.- Pues yo creo que ahí la tal Sor Juana se equivocó y pecó de soberbia, pues la mujer a cualquier edad siempre es bella.

Lizarda.- Saben qué, les quiero decir algo: hablando con ustedes se me ha quitado la tristeza, ya no me quiero morir. Tienes razón amiga, voy a trabajar vendiendo chicles o haciendo quesadillas, para ayudar a mi mamá y no ser tan egoísta para dejarla sola con su sufrimiento. Pero tampoco voy a dejar de estudiar ni perder la esperanza de algún día recuperar a mi papá,

Juana Inés.- Si los riesgos del mar considerara,/ ninguno se embarcara, si antes viera/ bien su peligro…” Me alegro que hallas tomado esa decisión, y ahora ya váyanse que sus familias han de estar preocupadas por ustedes.

Anarda.- ¡Si, mi familia!

Lizarda.- ¿Y usted? No va saber como llegar al lugar que quiere.

Juana Inés.- Querida mía, la verdad es que desde que tenía cinco años sabía a donde quería llegar. Adiós.

Anarda.- ¡Adiós! ¡Ah, oiga! Tuvimos mucho gusto en conocerla y platicar con usted aunque fuera brevemente, pero no le preguntamos su nombre- ¿Cómo se llama?

Juana Inés.- ¡Ah, el nombre es lo de menos! Lo importante es que nos conocimos, platicamos, nos caímos bien, y ustedes regresan salvas y sanas a sus casas.

Anarda.- ¡Por favor…!

Juana Inés.- ¡Ah, esta bien! Llámenme Juana Inés.

Lizarda.- ¡Adiós Juana Inés! ¡Ojalá y pronto te volvamos a ver!

(La mujer queda sola en el escenario despidiendo a las muchachas, entra la Catrina y ambas vuelven a verse desafiantes, hasta que la Catrina cede y le hace una profunda reverencia para despedirla)

CATRINA
Rosa divina que en gentil cultura/ eres, con tu fragante sutileza,/magisterio purpúreo de la belleza/ enseñanza nevada a la hermosura./ Amago de la humana arquitectura,/ejemplo de la vana gentileza,/en cuyo ser unió naturaleza/la cuna alegre y triste sepultura./¡Cuán altiva en tu pompa, presumida,/soberbia, el riesgo de morir desdeñas,/y luego desmayada y encogida/de tu caduco ser das mustias señas,/con que con docta muerte y necia vida,/viviendo engañas y muriendo enseñas,









FIN DE OBRA







Salvador Damar. Noviembre de 2006

No hay comentarios: